La propagación del coronavirus COVID-19 (inicialmente llamado coronavirus de Wuhan) está teniendo un impacto global, pero aún no se ha convertido en una pandemia, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Nuestra decisión sobre usar la palabra ‘pandemia’ para describir una epidemia se basa en una evaluación continua de la propagación geográfica del virus, la gravedad de la enfermedad causada, y el impacto que tiene en toda la sociedad“, dijo el general Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS, durante una conferencia de prensa.

Usar la palabra ‘pandemia’ ahora no se ajusta a los hechos, pero ciertamente puede causar miedo. No vivimos en un mundo binario de blanco y negro. No es una o la otra”, agregó. “Debemos centrarnos en la contención, mientras hacemos todo lo posible para prepararnos para una posible pandemia“.

A medida que aumenta la amenaza del COVID-19, se hace cada vez más necesario para los cristianos tener una opinión y discutir el tema. Pero, ¿cómo hacemos eso de una manera que se ajuste a las exigencias de la ética bíblica? Aquí hay cuatro sugerencias:

  1. Distingue entre los niveles de información.

Como dicen los profesores de epidemiología Bill Hanage y Marc Lipsitch: “debemos distinguir al menos tres niveles de información: (A) lo que sabemos es cierto; (B) lo que creemos es cierto, es decir, evaluaciones basadas en hechos que también dependen de la inferencia, la extrapolación, o la interpretación educada de los hechos que reflejan la opinión de un individuo de lo que es más probable que ocurra; y (C) opiniones y especulaciones“.

La categoría A incluye datos tales como dónde se reportan los casos de infección y en cuáles la transmisión de persona a persona ocurre con frecuencia, mientras que la categoría B incluye el número real de casos en cualquier lugar y el grado en que se pueden transmitir los casos presintomáticos. En la categoría C se incluirían situaciones como los efectos del extremo distanciamiento social (limitar grandes grupos de personas que se unen, cerrar edificios, cancelar eventos, etc.).

Al hablar sobre este tema, debemos hacer todo lo posible en basar nuestra opinión en la categoría A, ser cautelosos en no poner demasiado énfasis en la categoría B, y ser claros cuando nos referimos a la categoría C.

2. Comprende la terminología clave.

¿Es el COVID-19 una epidemia? ¿Una pandemia? ¿Un brote? Si bien la respuesta depende del funcionario de salud pública al que le preguntes, hay cuatro términos interrelacionados (endémico, brote, epidemia, y pandemia) que se usan comúnmente para describir cómo una condición (tal como una infección viral) ha cambiado geográficamente (es decir, a través del espacio) y cronológicamente (es decir, a través del tiempo) en relación con un número esperado de casos.

Una condición endémica actualmente tiene una tasa de ocurrencia estable y predecible entre una ubicación geográfica específica y siempre se puede encontrar en la población que vive allí. Por ejemplo, imagine que cada año aproximadamente un tercio de la población de la región de Ontario, Canadá, contrae la gripe marciana (n.b., una enfermedad inventada). Por lo tanto, diríamos que la gripe marciana es endémica de Ontario.

Un brote es cuando hay un aumento repentino en el número de personas con una condición mayor de lo esperado. Esto puede significar que hay más casos de una condición endémica de lo esperado, o la condición se encuentra en algún lugar donde no había estado antes.

Los brotes se limitan a áreas relativamente pequeñas y pueden consistir en un solo caso. Por ejemplo, si en un solo año, dos tercios de la población de Ontario contrajera la gripe marciana, se consideraría un brote, porque los niveles eran más altos que en condiciones endémicas. Del mismo modo, si la provincia vecina de Manitoba normalmente tuviera cero casos de gripe marciana pero ahora tiene tres casos dentro de su frontera, se describiría como un brote.

Una epidemia es un brote que se extiende sobre un área geográfica más grande. Si después de haberse propagado a Manitoba, la gripe marciana se propaga a Dakota del Norte, Montana, e Idaho, la condición se consideraría una epidemia.

Una epidemia que se propaga a nivel mundial es una pandemia. Si después de haberse extendido desde Canadá a los Estados Unidos, la gripe marciana se encuentra en países de todo el mundo, clasificaríamos la condición como una pandemia.

El uso de los términos endémico, brote, epidemia, y pandemia no denota la gravedad, o que tan seria se ha vuelto la afección.

Por ejemplo, la influenza (gripe) es endémica en los Estados Unidos, aunque la gravedad cambia de año a año.

Los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) clasifican la gravedad de la gripe en 2019-2020 como “alta”. Según las estimaciones de los CDC, desde el 1 de octubre de 2019 hasta el 15 de febrero de 2020, han habido 29 millones a 41 millones de enfermedades causadas por la gripe, 13 millones a 19 millones de visitas médicas por gripe, 280,000 a 500,000 hospitalizaciones por gripe, y 16,000 a 41,000 muertes por gripe.

Por el contrario, el COVID-19 (hasta el 24 de febrero de 2020) dio como resultado 51 838 pacientes actualmente infectados (40 271 en estado leve; 11 567 en estado grave), 25 271 casos recuperados, y 2,698 muertes. Actualmente no está claro qué nivel de gravedad deberíamos esperar si COVID-19 se convierte en una pandemia.

Otros dos términos importantes son: contención y mitigación. La contención son medidas tomadas para retrasar la propagación de una afección, generalmente con el propósito de hacer preparativos antes de que se convierta en una epidemia o pandemia.

Aplicándola al COVID-19, la contención ha incluido medidas tomadas para reducir la velocidad de la propagación del virus (un objetivo algo alcanzable) en lugar de detener la propagación completa de la enfermedad (que puede no ser alcanzable, al menos a corto plazo). La mitigación es un esfuerzo para reducir la gravedad o severidad de la afección. En una pandemia, las estrategias de mitigación pueden incluir una variedad de enfoques, desde fomentar el lavado de manos hasta la creación de nuevas vacunas.

Algunos de los enfoques que pueden ser beneficiosos durante la etapa de contención, podrían volverse contraproducentes durante la mitigación de una pandemia. Por ejemplo, muchas aerolíneas han estado suspendiendo vuelos o modificando el servicio en respuesta al brote de coronavirus. Pero si tales medidas se mantuvieran vigentes indefinidamente, podrían volverse contraproducentes.

Cerrar el comercio, por ejemplo, podría afectar la economía de un país, haciendo más difícil que su gobierno pueda pagar medidas de salud. Algunos países más pobres podrían incluso ser incentivados a minimizar la propagación de la enfermedad en su país para evitar tales repercusiones económicas. (Nota: este párrafo es un excelente ejemplo de información de categoría C).

3. Reconoce el elemento emocional.

Aunque debemos hacer todo lo posible para basar nuestras discusiones en evidencia confiable, debemos recordar que las discusiones sobre sufrimiento, padecimiento, y enfermedad tienen un elemento psicológico. Reconocer esto puede ayudarnos a comunicarnos de una manera más amorosa hacia nuestro prójimo.

Por ejemplo, podemos comunicarnos de una manera que sea demasiado racional o demasiado emocional. Algunos de nosotros somos inherentemente propensos a minimizar la gravedad de tales amenazas a la salud pública (“Hemos visto este mismo alarmismo con el Ébola y el SARS”), mientras que otros se inclinan por la catástrofe, creyendo que una situación es mucho peor de lo que se justifica por la evidencia (“¡Esta es la amenaza de salud más grave que enfrentamos!”).

Debemos reconocer nuestras propias disposiciones y reconocer que otros pueden diferir. No debemos despreciar a la joven madre que pregunta seriamente si deberíamos considerar cancelar los servicios de la iglesia para evitar la propagación de la enfermedad, ni debemos sentir que es nuestro deber “asustar un poco” al “optimista que es excesivamente analítico” y que piensa que la amenaza es exagerada.

Si bien somos corteses y respetuosos con ambos lados, también debemos ser consistentemente bíblicos. Deberíamos, por ejemplo, ayudar a otros a comprender lo que dice la escritura acerca de cómo Dios es soberano sobre la enfermedad y el sufrimiento, y que servimos a quien echa fuera todo temor (1 Jn. 4:18).

4. Recuerda que no hay nada nuevo bajo el sol.

También deberíamos reconocer que no somos los primeros creyentes en la historia en enfrentarse con cómo lidiar con epidemias y pandemias, o cómo hablar de ellas. A lo largo de la historia, los cristianos que han enfrentado plagas y enfermedades infecciosas han tenido que considerar preguntas tales como: “¿Es un acto de fe o presunción huir ante la enfermedad?” y “¿Hasta dónde se extienden los deberes del amor al prójimo, y cuándo podrían ser ignorados?” Los teólogos en el siglo XVI a menudo intentaron abordar estas preguntas en textos que Spencer J. Weinreich ha denominado “teología de vuelo”. Como dice Weinreich:

Sin prescribir un curso de acción, los teólogos pueden proporcionar herramientas para navegar las interrelaciones de conciencia, escritura, y experiencia. Al mismo tiempo, al preparar a los lectores a pensar, incluso en emergencias, en términos comunales, la teología del vuelo los condiciona como participantes en la esfera pública, participantes que afirman la nueva ontología moral, en definitiva, temas persuasivos“.

Podemos aprender de los que nos antecedieron acerca de someternos a la conciencia individual y no imponer cargas a las personas que exceden los límites de las escrituras.

También podemos aprender de su ejemplo sobre cómo continuar con nuestras vidas en tiempos de angustia. Como señaló Juan Calvino: “El deber no debe ser descuidado, mucho menos en enfermedades epidémicas que en la guerra o el fuego”. Si bien los nombres de las epidemias pueden cambiar, nuestro deber como cristianos de someternos a la Palabra, a la providencia divina, y a las exigencias de la conciencia sigue siendo el mismo.

Los cristianos tienen un mayor deber hacia la verdad que nuestros vecinos seculares debido al noveno mandamiento (“No darás falso testimonio contra tu prójimo”, Ex. 20:16). Este mandamiento, reiterado en el Nuevo Testamento (Mt. 15:19-20; Ef. 4:25), nos prohíbe cometer cualquier acto que pueda traer sufrimiento inmerecido a otra persona, especialmente a través del habla.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

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