Donald Whitney define el ayuno cristiano como “la abstinencia voluntaria de ingerir comida con propósitos espirituales”.
 
El ayuno puede representar un reto como disciplina no solo por la influencia de nuestras rutinas y hábitos, sino también por nuestra pecaminosidad. Sin embargo, consideremos aquí tres lecciones sobre el ayuno:
 
1) El ayuno reorienta nuestros afectos

El ayuno, en cierta manera, revela aquello que ha capturado nuestra atención y que hemos entronizado en nuestro corazón. También nos recuerda cómo nuestras emociones, nuestra mente, y nuestro corazón deben estar orientados a Dios.
 
El ayuno orienta nuestros afectos por el hambre física y nos recuerda que somos humanos que necesitan ser saciados por lo eterno. “No solo de pan vivirá el hombre” (Mt. 4:4).

2) El ayuno persigue la piedad

Las escrituras no dan por sentada nuestra piedad y por eso nos animan a buscarla (1 Ti. 4:7).
 
El ayuno bíblico nos ayuda a perseguir la piedad, pero requiere disciplina. En el ayuno nos ponemos delante de Dios para anhelarlo y alinear nuestra voluntad a la suya

Como toda disciplina, el ayuno demanda intencionalidad. Es un ejercicio espiritual que debe desarrollarse con toda conciencia bíblica porque debe partir de un propósito. He mencionado que el ayuno busca fortalecer nuestra relación con Dios, y podemos dedicarnos a él en adoración, oración, y meditación en la palabra, entre otros propósitos.
 
3) El ayuno nos recuerda lo temporal de la vida

Ayunamos porque deseamos aquello de la eternidad que hemos obtenido en Jesús. El ayuno representa nuestra insatisfacción con lo terrenal y nuestro anhelo por lo divino. “Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:2).

Durante nuestro tiempo de ayuno nos enfocamos en la oración y meditación de lo eterno. Mientras tanto, recordamos aquello que debemos buscar, la victoria que tenemos en Cristo, y hacia dónde mirar durante nuestro peregrinaje en este mundo.
 
Dios, nuestro mayor deleite

El ayuno nos guía al encuentro de un mayor deleite y nos lleva a experimentar hambre por Dios, mientras experimentamos la satisfacción de su bondad en nosotros.

El ayuno es parte de los hábitos del cristiano: trae propósito, fortaleza, y obediencia. Mientras nos privamos del alimento, en el ayuno “probamos” que el señor es bueno (Sal. 34:8).
 
Roguemos al señor que en nuestro corazón haya siempre un deseo profundo por buscar de él y honrarle.

Tomado de https://www.coalicionporelevangelio.org/

Foto: Patrick Fore – Unsplash.

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