La predicación sana determina el bienestar de una iglesia.
Muchos decimos que escuchamos o exponemos predicaciones sanas, pero eso no siempre es así. Necesitamos evaluar los sermones que enseñamos o escuchamos. Si identificamos que ellos no son bíblicos, debemos cambiar nuestra preparación y enfoque al predicar. Pero ¿cómo podemos identificar una predicación sana?
Aunque ninguno de nosotros es la autoridad por sí mismo para afirmar cuándo una predicación es saludable o no, hay algunas cosas que podemos decir al respecto cuando nos basamos en la Palabra de Dios.
La predicación sana hace más que citar la Biblia
Recordemos que Satanás usó las Escrituras erróneamente para tentar a Cristo (Mt. 4:1-11). Los falsos maestros, por lo general, usan la predicación que solo busca textos fuera de contexto que apoyan sus premisas principales. Ellos pervierten el significado del texto para justificar sus intereses mezquinos (2 P. 3.16).
La Palabra no es un trampolín para impulsar tu propio mensaje. Tampoco para exponer sobre intereses personales o temas oportunistas. En cambio, es un pozo para profundizar en el conocimiento del amor y poder de Dios. Él siempre obra a través de su Palabra.
Por lo tanto, el predicador debe “dar sentido al texto” (Neh. 8:8). El predicador necesita comprender el mensaje central del pasaje, luego exponer la verdad de Dios a la congregación, y finalmente promover la aplicación adecuada de sus conclusiones.
Una tentación frecuente para los predicadores es solo buscar predicar pasajes que apoyen los temas que nos apasionan o queremos hablar. No está mal hablar de los temas que consideres importantes para tu iglesia, pero si usas la Biblia solo como una nota al pie de tu sermón, debes preguntarte si usas bien la Palabra de verdad (2 Ti. 2:15).
La predicación sana no se enfoca en tradiciones
Muchos piensan que la predicación es bíblica solo por ser tradicionalista, ya que así contiene muchos estándares y reglas. Ellos hablan de “conservar la llama del pasado” y se jactan de eso. Esto los lleva a legalismos tales como no permitir cierta ropa, prohibir algunos instrumentos musicales, y evitar visitar ciertos lugares. Creen que la iglesia es más espiritual por ser más “tradicional”.
Con esto no quiero decir que los miembros de las iglesias pueden hacer de las suyas sin reglas ni límites, pero los tradicionalistas suelen oponerse a los cambios, incluso a los buenos y necesarios. Hay quienes predican que debemos ser diferentes al mundo. Y debe ser así, pero la definición de “mundo” suele restringirse a solo las últimas décadas. Muchos olvidan que nuestra tarea no es mantener tradiciones sino obedecer la Palabra.
La predicación tradicionalista es parcial, local, y enfocada solo en ciertas opiniones y corrientes denominacionales. La Palabra de Dios, en cambio, va más allá de nuestras denominaciones y rige mucho más que nuestras opiniones e ideas. ¿Sabes si tu predicación prioriza las leyes de los hombres por encima de las de Dios? (Mr. 7:8).
La predicación sana distingue entre moralidad y santidad
Cuando solo predicamos reglas en contra de cualquier pecado, lo único que hacemos es poner metas inalcanzables (Gá. 3:10; Stg. 2:10). Esto provoca que las personas tengan una vida doble, tratando de ocultar lo que se supone que está mal. Ese fue el problema de los fariseos (Mt. 23:27-28). Esta predicación no es diferente a las enseñanzas de otros grupos religiosos que también predican moralidad, civismo, y ética.
La moralidad y la santidad no son lo mismo. Una predicación sana expone la santidad de Dios, mientras que una deficiente propone la moralidad del hombre. Dios no quiere personas morales, él quiere personas santas porque ellas serán morales. Pero alguien puede ser moral sin ser santo. Ese es el peligro de la predicación moralista.
Una predicación moralista llega a ser legalista. El legalismo antepone las reglas por encima del poder de Dios. Evita que el creyente ponga su mirada en el Dios que nos transforma. Él es quien nos capacita para evitar aquello que la ley prohíbe. Empezamos a crecer en santidad cuando sometemos nuestra voluntad a Él.
La predicación sana es expositiva
Por predicación expositiva me refiero a la que interpreta y expone el mensaje central de un pasaje de la Escritura.
Aunque habrá momentos donde la iglesia necesite orientación sobre diversos temas, ella no necesita tu opinión personal. En cambio, necesita una exposición clara de lo que la Biblia enseña al respecto. Los ciudadanos del reino necesitan el mensaje del Rey. Tu labor es alimentar y apacentar a la grey de Dios (1 P. 5:2). No es tu iglesia o tu gente. Solo somos administradores de lo que Dios nos encargó por un tiempo.
Así que predica el texto. No te enfoques solo en aplicarlo, sino también en interpretarlo primero. Sé un estudiante de la Palabra. Que seas caracterizado por meditar, interpretar, y exponer la Biblia. Solo así tu predicación será sana y guiarás a tu iglesia a vivir lo que David dijo: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus preceptos recibo entendimiento, por tanto aborrezco todo camino de mentira”, (Sal. 119:103-104).
La predicación sana es rica en teología
Una predicación saludable es teológica. Esto no habla de academia o complejidad, sino de profundidad y sentido. La predicación teológica se caracteriza por su rico contenido bíblico. Esta predicación no solo presenta las verdades de Dios, sino que presenta al Dios de las verdades. Todo esto considerando los estándares definidos a lo largo de la historia de las doctrinas cristianas, donde se ha separado lo falso de lo verdadero.
Si afirmamos que Dios se revela en las Escrituras por medio de Jesús (Jn. 14:9), entonces cada predicación debe revelar a Dios por medio de la obra redentora del Mesías. Nuestras predicaciones deben estar centradas en el evangelio. Cada sermón nos dirige a pensar cómo el pasaje se conecta con el mensaje redentor de Cristo.
Cada mandamiento, versículo, y palabra, descansa en el mensaje central de la Biblia: que Dios restaura a su creación por medio de Jesús. Así que si estás en los Salmos o en Gálatas, tu labor no es “armar” creativamente un sermón. Tu labor es ver que tu predicación refleje la imagen de Dios, su revelación, su persona, su plan, su rescate y su voluntad.
Tomado de Josué Ortiz – Coalición Por El Evnagelio.
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